Ana María Janer, Sierva de Dios

martes, septiembre 12, 2006


...Tú, en cambio, en su día me dirás: “Entra, porque estuve enfermo y me socorriste; entra, porque tu lámpara siempre ardió”.

Año 1883, la M. R. M. Superiora General Ana María Janer terminaba el tiempo de elección... Esta Madre conservaba toda la lucidez de entendimiento y su memoria era feliz...” (JOI pág. 107)
“Conservaba íntegras sus facultades mentales, y se dedicó de una manera especial a la oración y al trato con la gente joven que había en la casa de Talarn: novicias y colegialas. Ellas recordarán más tarde las ‘amables y alegres veladas de Talarn’...”. (Cfr. “Creyente y solidaria”)

“...el año 1884, estaba algo más decaída, pero siempre sus labios se abrían con provecho espiritual del prójimo y siempre presente a los actos de Comunidad. Pobre Madre, se encogía a la fuerza de la tirantez de sus nervios, mas su entendimiento conservaba el brillo de la edad madura, en la que está sentada la experiencia y reluce también la discreción, las ideas gozan de serenidad y salen ordenadas...” (JOI pág. 109)

1885, 11 de enero.
“...su última noche se manifestó por vivos dolores, mas parecía que no los sufría; tanto sabía disimular la monja sufrida... Eran altas horas de la noche y la piadosa enferma dijo: ... ”Padre, mi deseo es morir como penitente por amor a Cristo Jesús que por mí expiró clavado en Cruz...”...
...La enferma advirtió que una se había quedado, y era la que de pocos días había perdido a su madre. Cogióla de la mano y su corazón maternal le dio prueba de cariño; la apretó entre sus manos por tres veces y otras tantas díjole: ‘Fill meu’; copioso llanto embargó el aliento de la Sor, y éste fue la expresión de su filial terneza y gratitud a su segunda Madre...
...Sosegada, parecía que estaba al habla con Dios, y al llegar a la décima estación que arrancan las vestiduras a Cristo, el alma de la Madre sosegadamente salió de este mundo y quedó en brazos de su Criador...” (JOI pág. 109-112)

“Jesucristo es para Ana María Janer el ideal supremo de su vida y la razón de su entrega a los demás...” (Const. 4)

A las 11 de la mañana del 11 de enero, mientras las Hermanas rezaban la décima estación del Vía Crucis, la Madre Ana María Janer muere. Ella que vivió con la esperanza puesta en Dios, seguramente escuchó de su Señor la invitación:

“Entra, porque estuve enfermo y me socorriste; entra, porque tu lámpara siempre ardió”.